Recibido: 31 de enero de 2020; Aceptado: 4 de noviembre de 2020
Polarización ideológica y satisfacción con la democracia en América Latina: un vínculo polémico
Ideological Polarization and Satisfaction with Democracy in Latin America: a Controversial Link
La polarización ideológica es un aspecto crucial de los sistemas de partidos que varía a lo largo del tiempo y entre sistemas de partidos. Los expertos han tendido a destacar su efecto negativo. Este artículo propone un punto de vista alternativo, centrándose en un posible efecto positivo, al relacionar la polarización con la existencia de opciones ideológicas diferenciadas que aumentarían la inclusividad del conjunto del sistema de partidos y harían una contribución positiva a la satisfacción con la democracia. Con datos de polarización calculados a partir de las posiciones de las élites parlamentarias de dieciséis sistemas de partidos, el análisis se ocupa de la relación entre polarización y calidad de la democracia. El resultado sugiere el interés de esta relación y la necesidad de reconsiderar la interpretación mecánica sobre los efectos negativos de la polarización.
Palabras clave
Democracia, Partido Político, Análisis Político, América Latina.Resumen, traducido
Ideological polarization is a crucial aspect of party systems that varies over time and between party systems. Experts have tended to highlight its negative effect. This article proposes an alternative view, focusing on a possible positive effect, by relating polarization to the existence of differentiated ideological options that would increase the inclusiveness of the party system as a whole and make a positive contribution to satisfaction with democracy. With polarization data calculated from the positions of the parliamentary elites of sixteen party systems, the analysis addresses the relationship between polarization and the quality of democracy. The result suggests the relevance of this relationship and the need to reconsider the mechanical interpretation of the negative effects of polarization.
Keywords
Democracy, Political Party, Political Analysis, Latin America.Introducción
El grado de polarización ideológica es un aspecto clave en el análisis de los sistemas de partidos, que varía a lo largo del tiempo y entre sistemas de partidos. De forma directa, la polarización ideológica condiciona la interacción y entendimiento entre los partidos políticos. Pero, además, tiene consecuencias relevantes en el conjunto del sistema político. En general la literatura ha tendido a mostrar una imagen negativa de la polarización, remarcando efectos políticos desfavorables, especialmente en tres aspectos. Se ha destacado que un alto nivel de polarización propicia la irrupción de partidos antisistema, así como el debilitamiento de la legitimidad y la estabilidad del sistema político (Sartori, 2005). Otros autores han asociado la polarización con la conflictividad política y los movimientos de protesta (Powell, 1982). Asimismo, la polarización puede generar serios problemas de gobernabilidad, como resultado de bloqueos institucionales y la incapacidad para generar coaliciones de gobierno (Binder, 2000; McCarty, s.f.). Dada la centralidad de estos efectos, la polarización merece
ser analizada de forma detenida.
Este artículo argumenta que una consecuencia de la polarización que debería ser incluida entre sus efectos se refiere a su impacto sobre la satisfacción con la democracia. Esta investigación propone que, en una región como la latinoamericana, donde muchos de los sistemas de partidos han sido durante tiempo elitistas y poco inclusivos (Carreras, 2012), la gestación de sistemas de partidos con niveles considerables de polarización es un indicador de mayor diversidad ideológica. Al igual que en el pasado, la baja polarización ideológica se debería a que importantes sectores de la sociedad estarían excluidos y el sistema de partidos solo reflejaría conflictos entre las élites de los sistemas políticos y, en muchos casos, conflictos personalistas. De este modo, la polarización repercutiría en una mejora de la percepción de los ciudadanos sobre el funcionamiento de sus democracias, que asociarían a regímenes menos excluyentes que en el pasado. Esta investigación se diferencia de estudios previos en dos aspectos. Por una parte, ofrece una medición de la polarización que cubre un largo período temporal, lo que permite ver la evolución de la misma en América Latina. Por otro lado, esta investigación se centra en un efecto positivo de la polarización frente a la concepción negativa sobre los efectos de la polarización dominante en la literatura.
Este trabajo investiga la relación entre polarización y satisfacción con la democracia con datos de la encuesta a élites parlamentarias PELA en diecisiete sistemas políticos de América Latina. A partir de las ubicaciones ideológicas de los parlamentarios se obtendrá una medida de la polarización ponderada. Controlando por el efecto de variables económicas (el desarrollo y el crecimiento económicos) e institucionales (experiencia democrática, fragmentación partidista, corrupción y orientación hacia intereses particulares-públicos en el gasto público) se muestra que la existencia de polarización ideológica en los sistemas de partidos genera satisfacción con el funcionamiento de la democracia, al permitir que posiciones distantes y diferentes entre sí tengan representación en el sistema político.
Explicando los efectos de la polarización: por qué afectaría a la satisfacción con la democracia
El efecto de la polarización sobre los sistemas políticos vive en la actualidad un renovado interés. En Estados Unidos el aumento del enfrentamiento entre las élites de los partidos ha contribuido a que se tome conciencia de la relevancia de esta temática. Pero no es Estados Unidos el único país donde la polarización ha cobrado protagonismo. La enorme conflictividad social que se experimenta ahora en América Latina en países como Brasil, Chile, Venezuela o Nicaragua hace preguntarse por los efectos de los enfrentamientos entre diferentes sectores de la población. En la mayor parte de las ocasiones, el término polarización se utiliza para capturar no solo el conflicto ideológico, sino también el enfrentamiento entre diferentes sectores de la sociedad sobre la base de elementos raciales, culturales, étnicos o económicos. En trabajos como el de Levitsky y Ziblatt (2018) y el de McCarty, Poole y Rosenthal (2016) se abordan algunas de las claves de esta polarización social desfavorable. En la línea de algunos trabajos anteriores como el de Ezrow y Xezonakis (2011) para países europeos, en estos se apunta que la polarización social, el extremismo y la radicalización ideológica son disfuncionales para la democracia y que, todo ello, repercute sobre las percepciones de los ciudadanos sobre las democracias.
Sin embargo, a pesar de este reciente interés y pese a que la polarización siempre ha tenido un gran impacto sobre el sistema político, queda mucho todavía por discutir sobre sus efectos y, en particular, sobre su impacto en la democracia. Este trabajo está centrado en la polarización como diferenciación ideológica entre los partidos de un mismo sistema (Dalton, 2008), dejando a un lado la acepción de polarización como termómetro del conflicto social. Tradicionalmente la polarización se ha presentado como un tema problemático, asociado al conflicto, la protesta y la parálisis (Singer, 2016). La polarización impediría llegar a acuerdos y compromisos entre los actores políticos, generando consecuencias políticas e institucionales negativas. En contra de la interpretación mecánica sobre los efectos desfavorables de la polarización, hay trabajos que señalan aspectos positivos de la misma. Algunos académicos han argumentado cómo la presencia de partidos con programas e ideologías diferenciadas entre sí es crucial para el correcto funcionamiento de una democracia. De forma específica, se ha enfatizado que los sistemas de partidos polarizados permiten a los ciudadanos entender claramente las posiciones de los partidos en las diferentes políticas públicas y elegir aquella que mejor encaja con sus preferencias (Epstein y Graham 2007; Dalton 2008), así como reclamar accountability de los gobiernos y de los políticos en relación con sus acciones (Bornschier, 2016; Coppedge, 2007).
Estos argumentos sugieren que la polarización ideológica ayuda a mejorar la calidad de la representación democrática, definida tanto como mandato (la transferencia a los representantes de las preferencias de los ciudadanos en relación con las políticas) como accountability (control sobre las acciones de los representantes)[1]. Varios trabajos han proporcionado evidencia empírica sobre el impacto positivo de la polarización. El estudio de Wang (2014), a partir de una muestra de sesenta democracias, evidencia que la polarización ideológica contribuye a mejorar el nivel democrático de un país. Bornschier (2016), después de llevar a cabo un análisis comparativo histórico de seis países de América Latina, muestra que los países con mayor calidad de la representación política son aquellos con una experiencia dilatada en conflictos y divisiones entre sus partidos[2].
De forma más específica, otros estudios han constatado la contribución de la polarización a la salud democrática. Por ejemplo, los contextos de polarización hacen aumentar el compromiso político de los ciudadanos (Abramowitz, 2006); incentivan la participación electoral (Dalton, 2008; Epstein y Graham, 2007); incrementan la accountability de tipo electoral (Baumer y Gold, 2009); reducen la importancia de la personalidad de los líderes a la hora de tomar decisiones sobre el voto (Kitschelt, Hawkins, Luna, Rosas y Zechmeister, 2010), privilegiando el voto ideológico (Singer, 2016); e impulsan las relaciones entre partidos y votantes (Dalton, 2008).
A tenor de estos argumentos y evidencias en torno a los efectos favorables de la polarización, se podría esperar el impacto positivo en uno de los indicadores utilizados frecuentemente para medir la calidad de una democracia: la satisfacción ciudadana con el funcionamiento de la democracia (Lijphart, 1999; Powell, 2004; Barreda, 2011). El razonamiento que sustenta esta expectativa es el siguiente: en un escenario de partidos diferenciados ideológicamente, los ciudadanos están en mejores condiciones para estructurar sus preferencias y trasladarlas a la arena política, así como para obtener políticas públicas que se adecúen a tales preferencias (esto es, una mejor responsiveness política), lo que redundaría favorablemente en su satisfacción sobre el funcionamiento de la democracia. Este planteamiento está inspirado en la lógica del proceso de responsiveness democrática, que incluye reacciones ciudadanas (en términos de valoración y evaluación) ante las políticas adoptadas por los gobiernos en respuesta a las preferencias de los ciudadanos[3].
En el caso de nuevas democracias, como las de América Latina, ¿se puede argumentar que la polarización favorece las valoraciones positivas con la calidad de la democracia? Xezonakis (2012) ha hecho una distinción entre los efectos de la polarización sobre el gobierno entre democracias jóvenes y consolidadas. Desde su punto de vista, la polarización en las democracias jóvenes incentiva el sesgo en las burocracias y en las instituciones de gobierno. Aunque el argumento de este autor no está relacionado con la satisfacción con la democracia sino con el funcionamiento de la misma, su aproximación es útil para el propósito de distinguir entre los efectos de la polarización en función del grado de consolidación de las democracias. El argumento sostenido es que en democracias con una historia de instituciones que han favorecido la exclusión y el personalismo en los procesos políticos (De Ferranti, Perry, Ferreira y Walton, 2004; Alcántara 2004), la polarización en el sistema de partidos puede constituir una ventana de oportunidad. El aumento de la polarización sería un indicador de que se ha conseguido que los partidos incluyan visiones antes excluidas. La relación entre satisfacción con la democracia y polarización vendría del hecho de que los partidos ideológicamente diferenciados facilitan la articulación y expresión de las preferencias de los ciudadanos, así como su atención por parte de los políticos y gobiernos, contribuyendo al aumento de la satisfacción con el desempeño de la democracia.
Este argumento no contradice la previsión de que la polarización puede generar tensiones antisistémicas que minen la legitimidad y la estabilidad de los sistemas políticos. La polarización puede tener todos esos efectos, pero también los puede tener la ausencia de la misma. En sistemas donde hay conflicto social, la ausencia de polarización en el sistema de partidos también es perjudicial para la democracia al denotar falta de representatividad y exclusión. Si las sociedades tienen conflictos, lo deseable es que los partidos reflejen estos conflictos y lo esperable es que los ciudadanos aprecien la oportunidad que brinda la democracia de que haya representación de intereses encontrados. En la situación contraria, cuando los partidos no hacen un buen trabajo de representar estas diferencias se produce una de las razones para tener ciudadanos menos satisfechos con su democracia. No se está defendiendo que la polarización sea necesaria para la calidad de la democracia, sino que, de existir conflictos en la sociedad, es deseable que se reflejen en la polarización del sistema de partidos. Es este componente de inclusión que tiene la polarización entre los partidos lo que repercute positivamente en la satisfacción con la democracia en su conjunto.
Método, medición y datos
De acuerdo con lo expuesto, la hipótesis de trabajo es que la polarización ideológica ejerce un impacto positivo sobre la satisfacción ciudadana con la democracia en América Latina. Para testar esta hipótesis se aplicará un análisis de regresión lineal. El número de democracias latinoamericanas es reducido como para realizar, en un único momento en el tiempo, un análisis de este tipo. Con el propósito de ampliar la N de casos, se considerarán los valores de los indicadores de cada país a lo largo de un amplio periodo (1996-2016), distribuidos por legislatura. Para cada país se calculará el valor promedio de las variables examinadas por legislatura, lo que permitirá obtener un total de 81 observaciones. A fin de evitar el problema de autocorrelación asociado a series temporales, se ha incluido una variable adicional en el modelo: la variable dependiente pero tratada como rezagada (los valores corresponden a los del año anterior). De manera que se utiliza un modelo autorregresivo de primer orden.
Seguidamente se presenta el modelo elaborado, detallando la medición de cada una de las variables que lo componen.
La polarización
La variable independiente del estudio es la polarización ideológica. Para su análisis, se recurre a dos indicadores de polarización ponderada. Ambos están basados en la ubicación ideológica de los parlamentarios de los partidos latinoamericanos en la escala izquierda-derecha. Uno de los indicadores fue construido por Singer (2016)[4] y el otro es elaboración de los autores a partir de la fórmula de Taylor y Herman (1971)[5]. Esta última es una fórmula usada extensamente en la literatura especializada. Por ejemplo, Moraes (2015) la ha utilizado en un estudio reciente de la región latinoamericana, aunque para una secuencia temporal más corta. Tanto el indicador de Singer, como el de esta investigación contemplan un tipo de ponderación para evitar atribuir el mismo impacto a todos los partidos (lo que podría llevar a infraestimar en unas ocasiones y a subestimar en otras el conflicto ideológico). La principal diferencia entre ambos es que el de este estudio pondera las posiciones ideológicas de los partidos a partir del peso de los partidos en escaños, mientras que el de Singer, que se basa en la fórmula de Dalton, tiene en cuenta la fuerza electoral (los votos)[6].
Los datos de las posiciones de los parlamentarios en la escala izquierda-derecha provienen del Proyecto PELA. Los parlamentarios tienen más familiaridad que otros colectivos, como pueden ser los votantes, en el uso de las categorías izquierda y derecha (Colomer y Escatel, 2005). El período temporal de PELA cubre casi veinte años en la mayor parte de los países latinoamericanos[7]. Durante ese tiempo se han realizado encuestas a muestras representativas de los poderes legislativos de la región. En concreto, abarcan alrededor del 85-90% de los congresos pequeños y entre el 50 y 75% de las cámaras del resto de países. Las únicas excepciones son los países con cámaras legislativas grandes, como México o Brasil, donde las muestras alcanzan entre el 20-25% de los miembros, entrevistándose en torno de 90 a 100 parlamentarios.
La obtención de un dato bajo de polarización indica que los partidos en ese sistema están muy próximos entre sí en el clivaje ideológico. Sin embargo, como en este caso el clivaje ideológico se captura a partir de las categorías izquierda-derecha, conviene introducir varias notas de cautela presentes en la literatura. En primer lugar, las categorías izquierda y derecha pueden estar dotadas de diferente significado en función de los clivajes que dominan el juego político-partidista. Por ejemplo, en Chile desde la transición a la democracia el conflicto entre izquierda y derecha ha estado dominado por las oposiciones en el clivaje redistributivo, plano pragmático, pero también por el clivaje autoritarismo/democracia, plano simbólico (Torcal y Mainwaring, 2003; Valenzuela y Scully, 1997). En segundo lugar, puede suceder que otras categorías que no sean izquierda y derecha se hayan impuesto para resumir el conflicto político-partidista. Un ejemplo podría ser el eje fujimorismo-antifujimorismo en Perú o el de peronismo-antiperonismo en Argentina. En esos casos, es la posición en estos ejes alternativos la que sirve para predecir el voto, orientar sobre la naturaleza de los partidos y, en definitiva, entender las dimensiones del conflicto político. En tercer lugar, hay ocasiones donde las dinámicas clientelares o personalistas superan en capacidad estructuradora al binomio izquierda-derecha (Colomer y Escatel, 2005).
Pese a estas salvedades, una parte importante de la literatura manifiesta que, aunque el plano ideológico coexista con otras dinámicas, las posiciones en la escala izquierda y derecha constituyen un aspecto vigente en los sistemas de partidos latinoamericanos que permite comparar la magnitud del conflicto político entre diferentes sistemas políticos (Kitschelt …[et al], 2010; Luna, 2014; Alcántara, 2008; Zechmeister, 2006; Luna y Zechmeister, 2005). Conscientes de las limitaciones, un dato bajo de polarización en la escala izquierda-derecha no se interpreta automáticamente como indicador de ausencia de conflictos en un sistema de partidos, sino como un indicio de que las interacciones entre los partidos discurren por cauces diferentes a la contraposición izquierda-derecha.
El Gráfico 1 muestra la evolución en el grado de polarización ideológica en los países de América Latina desde principios de los años noventa. En cada gráfico referente a un país, los puntos son valores medios de la polarización a lo largo de los diferentes períodos. Los niveles de polarización y las tendencias varían notablemente de un país a otro.
En función del grado de polarización, el Gráfico 1 permite identificar grupos de países. Si se compara el valor de la polarización, en el período más reciente, El Salvador y Honduras son en la actualidad los sistemas más polarizados; mientras que República Dominicana y Colombia serían los menos polarizados. Esta información tiene que enriquecerse con una mirada a un período más extenso de tiempo. En este sentido, si se atiende a la media de polarización a lo largo del período, se pueden distinguir tres grupos de países. El primer grupo son países con bajos niveles de polarización (Argentina, Costa Rica, República Dominicana, Honduras, México, Paraguay y Perú). Sin embargo, una baja polarización ideológica no significa ausencia de conflicto político o institucional. Hay países donde el conflicto político se expresa mediante otros clivajes, como el liberal-conservador en Colombia. En otros países, el nivel de clientelismo es tan elevado que erosiona el significado de las categorías izquierda y derecha, como en la República Dominicana (Benito, 2014). Un segundo grupo de países tendrían sistemas de partidos con niveles medios de polarización (Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala). Se debe recordar que la secuencia de datos se refiere a las posiciones de los parlamentarios. De modo que los conflictos en la sociedad brasileña generados por las reacciones al discurso de Bolsonaro entre artistas, intelectuales y movimientos como el feminismo no están reflejados. Lo mismo ocurre con la conflictividad vivida en Bolivia por cuestiones relacionadas con la gobernanza electoral y la salida de Evo Morales; ni los de Chile por el clamor de la sociedad por políticas redistributivas y una nueva Constitución. Probablemente, en la próxima encuesta de élites para las cámaras electas tras los procesos boliviano y chileno se registrará un aumento de la polarización del sistema de partidos que refleje las tensiones sociales.
El tercer grupo se refiere a países con altos niveles de polarización como El Salvador y Nicaragua. Es en estos países muy polarizados que, en la línea del argumento de Moraes (2015), la polarización se espera que fluctúe más a lo largo del tiempo.
Para resumir, se aprecia el contraste entre los niveles y tendencias de la polarización medida en la élite parlamentaria, pero este no siempre refleja la conflictividad social y política. Podría haber distancias ideológicas entre partidos (polarización) que discurre por los canales institucionales sin necesidad de conflictividad social. Este fue el caso de Chile durante los años noventa y su contraste con el actual estallido social donde polarización y conflictividad van de la mano. Por el contrario, podría ser el caso de que existe conflicto social sin polarización. Por ejemplo, en Perú no hay grandes niveles de polarización ideológica, y sin embargo, ha habido conflictividad derivada de la vacancia del presidente Kuczynski y la disolución del Congreso por parte de Vizcarra. En otras ocasiones, sucede la combinación de ambas situaciones, como en Nicaragua.
A su vez, los datos ya muestran la tendencia hacia la mayor polarización ideológica en comparación con décadas atrás que se ha apreciado a lo largo de 2019 en diversos países de la región (Bolivia, Colombia, Ecuador, Chile, Nicaragua). Este efecto no necesariamente es negativo, como se mostrará en el siguiente apartado en relación con la calidad de la democracia. Al contrario, puede ser una oportunidad para generar un sistema de partidos más inclusivo donde tengan cabida demandas muy diferentes entre sí y que serían representadas por los partidos. Al respecto, Bornschier (2016) destaca la importancia de este hecho refiriéndose a partidos que tenga un efecto polarizador que a largo plazo pueda llevar a un sistema más congruente entre la sociedad y la competición partidista.
No obstante, y a pesar de que el avance en la ampliación de los niveles de representatividad de los partidos con respecto a sus electores ha sido notable, los datos de opinión pública de América Latina muestran que los partidos políticos no parecen generar una gran identificación ni confianza entre los latinoamericanos (Morales, 2016; Corral, 2008), ni necesariamente más congruencia (Otero, 2017). Razones como su desempeño en el gobierno, el giro en sus políticas (Lupu, 2014, Stokes, 2001) o la corrupción con la que se conducen algunos de sus líderes podrían estar erosionando el apoyo a los partidos.
La satisfacción con la democracia
La satisfacción con el funcionamiento de una democracia constituye una de las variables por excelencia en los estudios sobre las democracias. En especial, aparece como una variable relevante en los trabajos que destacan el papel de la cultura política en la estabilidad democrática (Lipset, 1959; Linz y Stepan, 1996), así como en las investigaciones que analizan y evalúan la calidad de la democracia (Lijphart, 1999; Powell, 2004).
En este caso la medición de la satisfacción con la democracia se ha hecho con uno de los indicadores usados con más frecuencia cuando se recurre a encuestas de opinión pública: la valoración de los ciudadanos del grado de satisfacción con el funcionamiento de la democracia. Específicamente, se ha utilizado la combinación de las respuestas obtenidas en la encuesta de Latinobarómetro en las categorías de muy y bastante satisfecho.
Pese a su uso extensivo, este indicador ha generado una cierta polémica respecto a lo que realmente mide. La interpretación más aceptada en la literatura es que este indicador expresa el nivel de satisfacción de los ciudadanos con el sistema democrático de su país, como resultado de comparar su funcionamiento actual con el que creen que debería tener (Canache, Mondak y Seligson, 2001; Linde y Ekman, 2003). Por lo tanto, este indicador suele exhibir variaciones significativas, tanto de año en año como entre países. Esto se aprecia en el Latinobarómetro de 2018, que muestra una media regional de satisfacción con la democracia en descenso desde un 38% en 1995 a un 24% en 2018 y con grandes contrastes, además, entre países[8].
Las variables de control
La calidad de la democracia y, específicamente, la satisfacción con la misma constituye un fenómeno multicausal. Hay un abanico amplio de factores potencialmente explicativos de la valoración que hacen los ciudadanos de sus democracias. En este caso, que solo utiliza datos agregados, se ignoran las variables de naturaleza individual destacadas en la literatura. Por ejemplo, en el estudio de Anderson y Guillory (1997) se muestra la importancia de la preferencia partidista: aquellos ciudadanos que en las últimas elecciones votaron por el partido que finalmente alcanzaría el gobierno (es decir, los ganadores) tienden a estar más satisfechos con la democracia que los que votaron a partidos que acabarían en la oposición (los perdedores). Las variables de control seleccionadas se refieren a tres tipos de factores señalados en la investigación sobre calidad democrática y, particularmente, en el tema de la satisfacción con la democracia: determinantes económicos, la experiencia democrática y factores institucionales.
Comenzando por las variables económicas, se ha elegido una de naturaleza estructural, el desarrollo económico, y otra coyuntural, el crecimiento económico. En el primer caso, el trabajo de Pérez-Liñán y Mainwaring (2013) ha mostrado la influencia favorable del desarrollo económico en la calidad de una democracia. En el segundo caso, hay evidencia de que un frágil rendimiento económico debilita la calidad democrática (Pérez-Liñán y Mainwaring, 2013) y, más concretamente, los niveles de satisfacción con la misma (Ezrow y Xezonakis, 2011). Para medir el efecto de estas variables se han seleccionado dos indicadores del Banco Mundial: el PIB per cápita y la tasa anual de crecimiento económico (PIB) per cápita. Por lo tanto, se espera una relación causal positiva entre estas variables económicas y la satisfacción con la democracia.
La experiencia democrática de los países es un elemento que, como han comprobado varios estudios, contribuye a mejorar la calidad de la democracia (Barreda, 2011; Pérez-Liñán y Mainwaring, 2013) y, en particular, hace aumentar la satisfacción ciudadana con el funcionamiento de la democracia (Aarts y Thomassen, 2008). Para medir esta influencia se ha incluido el número de años de democracia de cada país (resultado de combinar la información de Smith, 2004 y Freedom House, 2020). La expectativa es que a mayor número de años de democracia mayor nivel de satisfacción con ella.
Por último, se han seleccionado tres variables institucionales. La primera corresponde a una de las variables partidistas más utilizadas en política comparada: la fragmentación. Autores como Mainwaring y Shugart (2002) han enfatizado los problemas que comporta un exceso de fragmentación partidista para un sistema democrático (sobre todo, en términos de inestabilidad e ingobernabilidad). El indicador seleccionado es el número efectivo de partidos, elaborado por Ruiz y Otero (2017) a partir de datos de PELA. La relación esperada es de signo negativo: a mayor fragmentación del sistema de partidos menor satisfacción con la democracia. La buena gobernanza es otro elemento que ejerce una incidencia significativa en la valoración que hacen los ciudadanos del funcionamiento de la democracia. Entre otros aspectos, se ha destacado la relevancia del nivel de corrupción, con un efecto aún mayor que la situación económica (Bratton y Mattes, 2001), y de la calidad de las políticas públicas adoptadas (Dahlberg y Holmberg, 2012). Para medir la corrupción se ha seleccionado el indicador de Transparencia Internacional y para medir la calidad de las políticas un indicador de Varieties of Democracy Project que expresa el grado en que el gasto público se orienta a satisfacer intereses particulares o a bienes públicos. En ambos casos, la expectativa es constatar una relación causal negativa con la satisfacción con la democracia: un mayor nivel de corrupción/particularismo en las políticas supone un menor nivel de satisfacción.
Polarización y satisfacción con la democracia: resultados
Los resultados del análisis se presentan en la Tabla 1. El Modelo 1 mide el impacto de la polarización utilizando la medición elaborada, controlando el efecto de las variables mencionadas antes. El Modelo 2 mide también el efecto de la polarización, pero a partir del indicador elaborado por Singer (2016). Como puede observarse, el número de observaciones se ha reducido al introducir la variable dependiente rezagada. No obstante, ello hace mejorar la robustez de los modelos. Las medidas de ajuste son óptimas en los dos modelos y no hay relaciones significativas de autocorrelación[9]. Por lo que se refiere a la capacidad explicativa de la polarización ideológica, se constata, en los dos modelos, que ejerce un impacto significativo sobre la satisfacción ciudadana con el funcionamiento de la democracia y en el sentido esperado (positivo). Por lo tanto, se evidencia que la polarización ideológica contribuye a ampliar el nivel de satisfacción con el funcionamiento de la democracia.
En cuanto a las variables de control, tres de ellas ejercen un impacto significativo sobre la satisfacción: la experiencia democrática, la fragmentación del sistema de partidos y la orientación del gasto público hacia intereses particulares o bienes públicos. De ellas, esta última es la que cuenta con mayor capacidad explicativa (obsérvese cómo tiene el coeficiente Beta más elevado). En los tres casos, el signo de los valores se ajusta a la relación esperada. Así, una mayor experiencia democrática, al igual que una mayor orientación del gasto público hacia bienes públicos contribuye a aumentar el nivel de satisfacción con el funcionamiento de la democracia. Por el contrario, la fragmentación partidista perjudica la satisfacción ciudadana con la democracia. Aunque el impacto de las demás variables de control sobre la variable dependiente no es significativo, se corresponde con el sentido esperado. El nivel de desarrollo y de crecimiento favorece la satisfacción con la democracia, mientras que la corrupción la perjudica.
El estudio de Ezrow y Xezonakis (2011) es uno de los pocos que ha analizado el efecto de la polarización ideológica en la satisfacción con la democracia y su conclusión es que este impacto es negativo. Los resultados aquí presentados apuntan en la dirección contraria. Sin embargo, se debe matizar esta aparente contradicción. De entrada, la forma de medir la polarización es muy diferente: extremismo partidista en políticas en su caso, y aplicación de fórmulas de polarización ideológica en esta investigación. Pero, sobre todo, la principal diferencia radica en los casos de estudio. Mientras que el trabajo Ezrow y Xezonakis (2011) se centra en democracias muy arraigadas, en este trabajo se ha focalizado sobre todo en democracias jóvenes, con una trayectoria, en la mayoría de los casos, de altos niveles de exclusión y personalismo político. En estas últimas condiciones, la existencia de un sistema formado por partidos con diferencias ideológicas nítidas constituye una ventana de oportunidad que es valorada positivamente por los ciudadanos. En definitiva, los resultados de este estudio confirman la hipótesis sobre el efecto positivo de la polarización ideológica sobre la satisfacción ciudadana con el funcionamiento de la democracia.
Conclusiones
Las consecuencias de la polarización de los sistemas de partidos en el funcionamiento del sistema político hacen relevante una evaluación más precisa de sus consecuencias. De los potenciales efectos de la polarización, este trabajo se ha centrado en valorar su impacto sobre la satisfacción de los ciudadanos con la calidad de su democracia.
Este estudio constituye un aporte respecto a trabajos previos sobre la polarización. En primer lugar, actualiza la medición de polarización en la región y ofrece una visión diacrónica de la misma. A partir de las percepciones de los parlamentarios en la escala izquierda-derecha, muestra una tendencia hacia mayor polarización en comparación con veinte años atrás. Además, se muestran diferentes tipos de evolución de la polarización y señala grupos de países en función a sus niveles. En segundo lugar, el trabajo defiende la contribución positiva de la polarización ideológica sobre las valoraciones que hacen los latinoamericanos de sus democracias. Así, se proporciona nueva evidencia que justifica el rechazo a las interpretaciones más habituales respecto a los efectos negativos de la polarización en la dinámica política y en la satisfacción con la democracia. En este sentido, el foco del estudio en democracias relativamente menos consolidadas con sistemas de partidos que durante tiempo han ignorado los intereses de la mayoría de la población constituye un aporte relevante. En estos casos, la inclusión de divisiones ideológicas constituye una oportunidad que es valorada positivamente por los ciudadanos que se muestran más satisfechos con sus democracias.
Este trabajo ha utilizado metodología cuantitativa. No obstante, en investigaciones futuras se podrían llevar a cabo estudios de caso que profundicen en la relación entre polarización y satisfacción con la democracia. Así mismo, se podría continuar con aproximaciones cuantitativas que incorporen a democracias de más tradición para tener una mejor comprensión del efecto de la variable tipo de régimen. En cualquier caso, estos resultados muestran que merece la pena considerar la polarización como un factor explicativo de la satisfacción con la democracia, algo que hasta la fecha había recibido una atención limitada.
Aunque se sabe que la insatisfacción con la democracia tiene un origen multicausal, este artículo muestra la utilidad de disponer de partidos que se diferencien en términos ideológicos y programáticos. Si la diversidad social y cultural de la región latinoamericana se plasma en el rango de partidos disponibles, hay más probabilidad de que los conflictos se canalicen por la vía institucional y que su solución se encuentre dentro de la misma. De este modo, pese a que una variedad de partidos, disímiles entre sí, dé lugar a un aumento de la polarización al final del día se tendrá una mayor probabilidad de que los ciudadanos estén satisfechos con su democracia.